El grafiti contemporáneo
- cgartadvisory
- 4 may 2017
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 22 jun 2022
“Todos los periodos de intensa crisis han inspirado obras de arte cuyas funciones eran extraartísticas… la clave es sencilla: no todas las obras de arte son tan «desinteresadas» como otras, y algunas de las más grandes fueron creadas durante, o como resultado de, una crisis.”[1] William Olander.

Obra de Suso33 en una calle de Madrid (España)
“Perenemente resistente” es como describen Charles Kindleberger, Robert Aliber y Robert M. Solow (Premio Nobel de Economía en 1987) la crisis continua en la que vivimos desde los años 70 hasta hoy. Desde entonces, la volatilidad de los mercados financieros nos ha ido sumiendo en una plaga de “manías, pánicos y cracs” que se ha ramificado en la economía real y en la sociedad, derivando así en unos ciclos de burbujas y crisis progresivamente frecuentes, exponenciales y sistémicos, descritos por un amigo de ellos como La Ley de la Deterioración de Todo. Por lo tanto, como a toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria, según el principio de acción y reacción de Isaac Newton, no es casualidad que ante semejante panorama, y al poco de haber solucionado el gran debate filosófico de finales del Modernismo entre baja y alta cultura, germinase una estética vinculada al nuevo estamento político/económico liberal. Este nuevo lenguaje nacido de la “lógica cultural de capitalismo tardío”[2] y sentenciado por Michel Foucault como el inicio del final del legado de la Ilustración, inconscientemente convertía lo pop, comercial y mainstream en la nueva alta cultura estética de finales del XX y principios del XXI ante el caudal infinito de imágenes al que estábamos siendo sometidos y por el que ya sólo concebíamos nuestro tiempo libre desde el entretenimiento y el espectáculo.
Ante los incipientes efectos de los desequilibrios económicos en la sociedad de la grandes ciudades de Occidente, a finales de los 60 y principios de los 70, en París, Nueva York y Filadelfia, nació una necesidad de contrarrespuesta política por parte de las minorías marginadas y contestatarias, que afloró mediante la primitiva necesidad de escribir y pintar en las paredes públicas un inconformismo políticamente incorrecto y rebelde. Ese fue el inicio del grafiti contemporáneo. Desde entonces, y como efecto continuado a la marginación por parte de un sistema institucional obnubilado por la estética posmodernista, se ha denegado la necesaria investigación a algunos pintores de grafiti contemporáneo cuando su ecosistema constituye el caldo de cultivo perfecto para desarrollar lenguajes de vanguardia a la altura de semejante espíritu crítico. Y si Charles Baudelaire creía que la esencia flâneur de los impresionistas era esencial para un nuevo arte, ¿por qué no lo sería para aquellos que desde los 70 en adelante han observado la calle para aportarnos una vida mucho más real que aquella que se ve a través de la pantalla?
El grafiti contemporáneo plantea significativas problemáticas con las que ha alcanzado una universalidad humanista en fondo y forma que muy pocos logran. Diría Ernst Fischer: “La función decisiva del arte era, evidentemente, ejercer poder –poder sobre la naturaleza, sobre un enemigo, sobre el compañero en la relación sexual, sobre la realidad, poder para fortalecer el colectivo humano. En el alba de la humanidad el arte tenía muy poco que ver con la «belleza» y nada en absoluto con el deseo estético: era un instrumento mágico o un arma del colectivo en la lucha por la supervivencia.”[3] De eso trata el grafiti contemporáneo; de luchar por la supervivencia obligándonos a preguntarnos subliminalmente si ésta realmente merece la pena.
[1] Shaw, A., (17 Octubre 2014), Double Trouble in New York, The Art News Paper (Ed. Online), recuperado en: http://www.theartnewspaper.com/articles/Double-trouble-in-New-York/35964
[2] Jameson, F., en Hopkins, D., (2000), After Modern Art 1945-2000 (1ª ed.), Oxford University Press (Oxford), p. 200.
[3] Fischer, E., La necesidad del arte, Tercera Ed., Barcelona: Península 1973. p. 41.